ARTÍCULO - Fanny Mikey, una apasionada que vivió intensamente para el teatro.

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Fanny Mikey se asentó y se fue de Colombia en Cali. Llegó por Buenaventura, pero fue en la capital del Valle donde se enamoró del país y donde se propuso hacerlo feliz.

Por esas vueltas de 360 grados que da el destino, en Cali falleció. Se fue después de sacarle el jugo a la vida. De haberles robado el corazón a 40 millones de colombianos, que el año pasado la escogieron como el personaje de la cultura más importante de los últimos diez años en Colombia.

Era un ícono juguetón, pícaro, alejado de cualquier formalidad. Una mujer indoblegable: "Véncelos por cansancio", decía a su equipo de trabajo cuando salían a buscar recursos y divulgación para sus proyectos.

Desde 1988, y cada dos años, llevaba alegría a todo el país y especialmente a Bogotá, con su Festival Iberoamericano de Teatro.

En varias ocasiones, cuando ella era solo un puntito rojo entre la multitud le dejó saber a su gente la satisfacción que sentía viendo a 80 o cien mil personas plenas de emoción ante un espectáculo traído de Francia, España o Australia. Fanny ardía con la alegría colectiva. Así se lo hizo saber este año, con la voz entrecortada, a los bogotanos que coreaban su nombre durante el cierre del más reciente Festival Iberoamericano: "Me hacer llorar verlos tan felices".

Arquitecta de imposibles, se cuentan por montones los sueños que convirtió en carne y hueso. Traer cada dos años un promedio de dos mil artistas de cinco continentes durante el Iberoamericano. Edificar tres teatros en Bogotá con una programación permanente y variada. Organizar conciertos de las figuras Luciano Pavarotti, Joan Manuel Serrat y Chavela Vargas.

Su capacidad de gestión iba de la mano de su talento artístico. Su compatriota Marta Traba fue una de las primeras en señalar su potencial.

"A Fanny Mikey no la recordarán 'Edipo Rey', o 'La loca de Chaillot', sino por haber hecho parte de la vida pública".

Eso lo dijo unas décadas antes que Fanny se inventara el Iberoamericano o creara el Teatro Nacional. Tenía razón. Era una buena actriz y directora, pero era mucho más que eso: una líder que no perdía su polo a tierra, así muchos amigos hablaran de las locuras de Fanny. Eso era lo que la hacía diferente, pues tenía la capacidad de visualizar los sueños y matizarlos con cálculos contables, para que esas ideas se convirtieran en hechos. En ese sentido era muy racional.

Toda su inteligencia la puso al servicio del teatro. Desde muy pequeña, Fanny Elisa Orlanszky, su nombre de pila, quiso estudiar arte dramático.

Pero tropezó con su familia. Desde entonces se acostumbró a luchar. Trabajó como oficinista. Apareció en la televisión de su país haciendo un programa de ejercicios y rápidamente se dedicó a la actuación. Por ese capricho, su familia 'le cortó la ayuda' y desde los 16 años aprendió a valerse por sí sola.

A Colombia llegó por cuenta del motor de su vida: el amor. Venía tras los pasos del actor Pedro Martínez, quien había venido a Colombia para trabajar en la recién nacida televisión nacional. En un principio, el país no le impactó . Pensó en regresar a su casa pero aparecieron Cali y el Tec (Teatro Experimental de Cali ).

Fue ahí cuando se comenzó a revelar la actriz y la noctámbula empedernida, a la que le gustaba conversar hasta el alba y que aprendió a azotar baldosa en Juanchito mientras se dejaba guiar por el dramaturgo y director Enrique Buenaventura.

El frenesí de la noche era también su manera de sacudir los malos momentos, como cuando una bomba explotó en los baños del Teatro Nacional durante el primer Festival Iberoamericano de Teatro, en 1988. La reacción instintiva de Fanny fue reunir a su equipo y decirle: "Acá no hay lágrimas, organicen a todos los grupos porque nos vamos a rumbear".

Con la misma intensidad, Fanny fue devota de María Auxiliadora. Cada noche, durante el Iberoamericano de Teatro, esta judía le rezaba a la virgen encendiendo una veladora en cada uno de los teatros donde habría función. Era su procesión personal.

"Una de las cosas que más me llena es sentarme a recordar lo que fue, lo que hicimos y lo que proyectamos por la cultura colombiana en las largas caminatas nocturnas que emprendíamos con Fanny en las noches caleñas y que, ineludiblemente, terminaban en Juanchito", resumía su amigo Álvaro Bejarano en el texto 'La Fanny que yo conocí y que todos queremos'.

Entre montajes y la brisa de la tarde que refresca todos los días la Avenida Sexta de Cali, la actriz demostró que más allá del amor y el talento, tenía cabeza para las artes escénicas. Cuando no hablaba con Bejarano del escritor Jack Kerouac, se ensañaba en intensas charlas con sus amigos en el Hotel Aristi acerca de la escena teatral o la actualidad.

Era una adelantada de su tiempo, una mujer culta, amante del cine. Inteligente en tiempos en que eso era una cualidad peligrosa en un país muy conservador y machista. "Hace muchos años había hombres que me temían porque pensaban que yo era una liberada, creían que sabía no setenta sino ochenta y cinco posiciones para hacer el amor. Esa fue una apreciación por ser libre en un medio tan cerrado" , comentaba.

Pero terca, como era, alimentó esa leyenda posando desnuda, en los inicios de los sesenta, para el libro La vida pública, de su amigo poeta Arturo Camacho Ramírez. Las fotos las hizo Hernán Díaz. "Acepté posar porque era la primera vez que se hacía un libro de tal calidad con fotos en blanco y negro". Fue una de las primeras que se atrevió a hacerlo en Colombia. Sus piernas eran parte de su leyenda.
Sus ideas casi le cuestan la nacionalidad colombiana. Muchos criticaron su condición de extranjera beligerante, especialmente el haber participado en las protestas después del encarcelamiento del director Carlos Álvarez . Un crítico del gobierno de turno. Sin embargo, el canciller de la época, Indalecio Liévano, desestimó las acusaciones y le dio la ciudadanía.

En Colombia también crió a su hijo, Daniel, pero sus lazos familiares son más grandes, respondiendo a un principio que emanaba de su corazón: "Los amigos son la familia que uno escogió".

Tanta actividad y tanta vida eran posibles porque Fanny solo necesitaba tres o cuatro horas para dormir cada noche. Tenía un sueño recurrente en el que los días eran de 48 horas. De ese espíritu ' trabajólico' nacieron quijotadas como el Café Concierto La Gata Caliente, en el que afloraron la sensualidad y el riesgo que exorcizaba en el escenario, y su Teatro Nacional, que inauguró en 1981. Luego vino el Teatro La Castellana y más tarde La Casa del Teatro Nacional.

Sin embargo, su mayor legado fue el Festival Iberoamericano de Teatro, el centro de sus fatigas y satisfacciones. Sentía que cuando se bajaba el telón le arrancaban una parte de su cuerpo. Pero a los pocos días, corría de nuevo a planearlo, a pesar de que los médicos con frecuencia le decían que guardara absoluto reposo. De vez en cuando amenazaba con "este es mi último Festival". Pero sus colaboradores más cercanos rápidamente aprendieron que era casi un ritual y que no era capaz de cumplir esa promesa.

Según sus propias palabras, siete veces tuvo cerca la muerte y logró ganar la batalla.

"Estamos ávidos de querer más cosas, pero cuando nos toca, nos toca", afirmaba hace un par de años.

Fanny vivió al límite sus 78 años y lo más importante de su obra lo hizo en las últimas tres décadas, lo cual era consecuente con una de sus máximas. "No hay edad que impida lo que uno se propone. Porque sé que uno se muere y no se da cuenta".


Publicación eltiempo.com Sección. Cultura y entretenimiento. Fecha de publicación 16 de agosto de 2008.

Sacado de: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4451108
Foto: Flickr, James Avila.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

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